Paradojas en torno a la soledad
Se ha dicho que la persona que apetece la soledad tiene mucho de dios o de bestia. La frase es profunda y no anda huérfana de razón. Hay quien gusta de la soledad porque la domina, porque posee una gran vida interior. Hay quien va en busca de ella —asà las bestias— porque nada tiene que comunicar ni compartir.
Algunos pensadores sostienen que la sociabilidad de los seres humanos no se basa en el amor a la compañÃa y a la convivencia, sino en el miedo a la soledad. Lo confirmarÃa la parábola de los erizos. Estos animales se pinchan entre sà cuando se acercan demasiado. Pero si se alejan en exceso padecen frÃo y el instinto les lleva a juntarse de nuevo. Una danza interminable entre dos extremos a evitar.
El lÃder que lleva en las manos las riendas del gobierno o de un grupo cualquiera está acostumbrado a los aplausos y a los insultos. Se sabe alabado y vituperado. Camina entre la gente mientras reparte besos y abrazos. Vive en olor de multitud. Sin embargo, no raramente sufre el frÃo de la soledad.
Las personas de intensa vida interior, de fuerte curiosidad intelectual, aman la soledad. Aunque no tienen inconveniente en interrumpir la calma y sosiego en que se hallan inmersos. Se avienen a pactar treguas. Es que el ser humano requiere la meditación silenciosa para vivir con autenticidad, pero también está llamado a vivir en sociedad.
Erich Fromm llegó a la conclusión de que nacemos y morimos solos. Entre uno y otro extremo la soledad es tan grande que necesitamos compartir la vida para olvidar dicha soledad.
Una contundente crÃtica a la vida de nuestras grandes ciudades es la que suele formularse, más o menos, asÃ: millones de seres humanos que viven juntos en soledad. Y aún cabe añadir: un enjambre portentoso que habita celdas aisladas en el contexto de un enorme panal.
DifÃcil de soportar la soledad
Hay gente que roba la soledad al prójimo, pero paradójicamente es incapaz de hacer compañÃa. Simplemente es alguien que sustrae y no aporta. Alguien molesto.
La soledad muy prolongada envilece. Quedar sin compañÃa por largos perÃodos induce a la degradación.
¿Ha reparado el lector en que no resulta difÃcil llorar en la soledad? Sin embargo, la risa —en idénticas circunstancias— se hace bien difÃcil.
La soledad no casa bien con los niños. Ellos no tienen pasado ni tampoco el hábito de la reflexión. ¿De qué pueden nutrir su meditación? Ellos necesitan estar al acecho de cuanto aparece ante sus narices. La soledad es patrimonio de la persona adulta, apta para profundizar las experiencias en su haber y capaz de abstraerse del ruido y las luces deslumbrantes.
El infierno: ¿soledad o compañÃa?
Todo es cuestión de porciones y proporciones. Afirmaba Sartre que “el infierno son los demás”. Desde algún punto de vista y cuando la convivencia se hace intolerable, puede que sÃ. Pero el ser humano tiene necesidad de compartir. Cuando no hay un rostro enfrente que mira y escucha, cuando no hay un “tú” alrededor, quizás la soledad resulta un poco infernal.
El infierno está todo en esta palabra: soledad. Asà lo aseguraba el famoso novelista francés VÃctor Hugo.
El valor de la soledad
La porción de soledad que uno es capaz de cargar sobre sà es lo que determina su valor. Por algo decÃa Nietzsche que “los hombres valientes no temen estar solos”.
Los niños soportan mal el silencio y la soledad. Sólo algunos adultos con capacidad para reflexionar e imaginar la aprecian debidamente. Es que la soledad es la dieta del espÃritu y una dieta siempre se hace cuesta arriba. Pero es saludable y no una mera privación, sino una verdadera nutrición.
La soledad se rechaza porque son pocos los que saben hacerse compañÃa a sà mismos. Y es que ya Ramon Jiménez habÃa descubierto que “en la soledad no se encuentra más que lo que a la soledad se lleva”.
La soledad se puede atenuar con un libro en las manos. La lectura te permitirá explorar parajes magnÃficos. Te conducirá junto a autores de gran valÃa con los cuales podrás dialogar.
Soledad en sociedad
No hay mayor soledad que la de ser un cónyuge fracasado. Es una muy difÃcil situación la de vivir pegado a un ser humano al que no se sabe qué decir. Se generan unos silencios fastidiosos, enfadosos, agobiantes. Lo dice el refrán: “más vale solo que mal acompañado”.
Con una gran dosis de ironÃa aconsejaba el dramaturgo Anton Chejov que” si tienes miedo a la soledad, no te cases”. Es que estar con alguien a todas horas y sentirse irremediablemente solo es una sensación difÃcil de soportar.
Feliz idea la del poeta Gabriel Celaya. DecÃa que “a solas soy alguien, en la calle, nadie”.
Seguro que la soledad, estando en compañÃa, resulta más penosa que cuando uno vive fÃsicamente envuelto en soledad.
Cuando alguien carga un gran secreto en su interior, un secreto que ni puede ni debe comunicar, en realidad vive una ineludible soledad, por mucha compañÃa que tenga a su alrededor.
Una soledad pesimista
Schopenhauer fue un filósofo alemán pesimista y un tanto obsesionado con la soledad. Una de sus frases provocativas e inaceptables reza asÃ: prefiero la compañÃa de mi perro a la de los humanos.
Otro pensamiento del autor: los hombres vulgares han inventado la vida de sociedad porque les es más fácil soportar a los demás que soportarse a si mismos.
Una última formulación de las ideas de Shopenhauer: Como el águila, las inteligencias realmente superiores se ciernen en la altura, solitarias. La soledad es la suerte de todos los espÃritus excelentes. ADH 826