Fe Adulta | Fray Marcos
La
parábola de la cizaña es una de las siete que Mt narra en el capítulo 13. Como
decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. Como todas las
parábolas se trata de un relato anodino e inofensivo por sí mismo, pero que,
descubriendo la intención del que la relata, puede llevarnos a una reflexión
muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas como buenos y
malos. Mal entendida, puede dar pábulo a un maniqueísmo nefasto, que tergiversa
el mensaje de Jesús. Bien y mal se encuentran inextricablemente unidos en cada
uno de nosotros.
El punto de inflexión en la lógica del relato lo
encontramos en las palabras del dueño del campo. “dejadlos crecer juntos hasta
la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se
descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta
que, contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la
cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro, es el que debe
hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el que
relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es
posible.
El domingo pasado una cosecha del ciento por uno (cuando
el diez por uno era un buen rendimiento) era el quiebro que nos obliga a saltar
a otro plano. Esa desorbitada cosecha no se puede dar en el trigo, luego
tenemos que dar un salto para entender lo que nos quiere decir. Ya no se trata
de tierra y grano sino de fruto espiritual. La falta de lógica está en no
arrancar la cizaña. Si en el campo de trigo se nos pide hacer lo contrario de
lo que se debe, nos obliga a saltar a otro nivel en que eso sea posible. En el
orden espiritual no solo no se debe arrancar la cizaña sino que no se puede
separar.
Empecemos por notar que el sembrador siembra buena
semilla. La cizaña tiene un origen distinto. Este lenguaje debemos explicarlo.
Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance
su plenitud. Pero la hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios
el hombre trató de buscar una respuesta coherente al interrogante que plantea
la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a
sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña como criaturas, da razón
suficiente para explicar los fallos de toda vida humana.
La vida arrastra tres mil ochocientos millones de años de
evolución que ha ido siempre en la dirección de asegurar la supervivencia del
individuo y de su especie. A ese objetivo estaba orientado cualquier otro
logro. Al aparecer la especie humana, descubre que hay un objetivo más valioso
que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar hacia esa nueva plenitud
de ser que se le abre en el horizonte, el hombre tropieza con esa enorme
inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se relaja un
poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada del
individualismo.
El objetivo de subsistencia individual y el nuevo
horizonte de unidad-amor que se le abre al ser humano no son contradictorios.
En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les
diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo,
solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es
inútil todo intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo.
La mayoría de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de
innumerables errores en su intento por acertar en su caminar hacia la plenitud.
El trigo y la cizaña tienen que convivir a pesar de que
son plantas antagónicas y lo que produce una, será siempre a costa de la otra.
La cizaña perjudica al trigo, pero la realidad es que son inseparables.
Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito, porque en cada
uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Nunca conseguiremos eliminar
del todo nuestra cizaña. Solo tomando conciencia de esto, superaremos el
puritanismo y podremos aceptar al otro con su propia cizaña.
Esta mezcla inextricable no es un defecto que le viene al
ser humano de fábrica, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el
contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si
se anularan todas nuestras limitaciones. No solo es absurdo el considerar a uno
bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona se pueda considerar
perfecta es descabellado. Arrancar la cizaña en nosotros y en los demás ha sido
una tentación, que arrastramos desde tiempo inmemorial.
También hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica
la parábola. Una vez más, no se trata de una explicación de Jesús, sino de un
añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas en alegorías para
poder utilizarla como instrumento moralizante. En la explicación que da el
evangelio de esta parábola, se ve con toda claridad la diferencia entre parábola
y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de
convivir con el diferente a la insistencia en que los malos serán quemados, con
la intención de que el miedo a ser chamuscados nos haga mejores.