Comentario | Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.
Aferrarse a la esperanza. Esperanza es lo último que se pierde
Estoy seguro que lo más repetido y oído en estos meses de pandemia
es el deseo de esperanza. Es lo que más nos han deseado y lo que más
sinceramente hemos deseado a los demás.
Cristianamente, la esperanza es una virtud teologal que sólo se
tiene por gracia y que sólo está anclada en Dios. La esperanza es una actitud
radicada en nuestro ser, pero solo alcanza la calidad de virtud cuando brota de
una voluntariosa y decidida elección. Sólo es virtud teologal cuando su sincera
motivación ─palabra usada profusamente por los teólogos─ es la confianza filial
en Dios que deriva de la fe en él.
Pero ¿es esta esperanza la que nos desean y la que deseamos a los
demás? No sé, pero dejo la cosa en el aire. En muchos casos se trata de talante
optimista de las personas que ven siempre el vaso lleno aunque solo lo está a
la mitad, de quienes huyen de todo mal agüero, de las que practican una
confianza irracional, de quienes buscan una salida voluntarista a cualquier
dificultad, de quienes cargan su cuerpo de talismanes. Que está bien, pero esa
esperanza a mí no me sacia. Es el consuelo etéreo ante el mal que se avecina y
que carece de empeño y esfuerzo. Es lo único que quedó cuando Pandora abrió la
caja prohibida de su esposo y escaparon todos los males menos la esperanza, que
es lo último que se pierde en la vida.
La esperanza teologal es esperar en una roca firme: Dios
infinitamente bueno y autor de todo bien. Quien espera en Dios nunca sale
defraudado. De él tenemos una vida eterna, pero también una vida terrena que se
nos da para nuestro bien y en la que nada malo nos sobreviene que esté fuera de
la voluntad divina. Solo hay un sitio sin esperanza y es al que introduce el
lema del frontispicio del infierno según Dante: Los que entráis aquí abandonad
toda esperanza.
La confianza en un Dios infinitamente bueno y que nos concede la
esperanza de una felicidad sin medida es lo que deseamos a todos los seres
humanos frente al desaliento y el desfallecimiento en las circunstancias de la
vida. Es la esperanza que intento trasmitir a todos los que pasan un mal
momento y es la que deseo para ellos y para mí cuando me llegan momentos de
angustia y zozobra cuando se nos cierran todas las puertas. Porque sobre el deseo
de que esta epidemia acabe inmediatamente y no haya más sufrimientos en la
vida, soy más bien pesimista. Solo la esperanza que está anclada en Dios es la
que preserva del egoísmo y se abre a la caridad para con los demás.
Durante este proceso angustioso que estamos pasando con tanto dolor
nos recomendamos continuamente una esperanza. Pero en qué se funda esa
esperanza con la que todos nos alentamos, me permito pensar que no es el
ingenuo optimismo sino la fuerza que Dios inculca en nuestros corazones para
hacer nuestra lo que es su voluntad.