Comentario | Rosario Ramos/FeAdulta
Del miedo a la confianza
El Evangelio de este domingo se enmarca en una sección del texto de
Mateo en el que Jesús se presenta como un lÃder religioso diferente. Los
versÃculos anteriores narran la capacidad de Jesús de saciar y alimentar al ser
humano más allá de la necesidad del pan cotidiano, un signo que sitúa a Jesús
como fuente de abundancia y de sentido de la vida. Crece asà la visibilidad de
un MesÃas que, más allá de los signos, supone una liberación y una bendición
para quien decide seguirle. Conectado a este pasaje, se narra una experiencia
fundamental que el discipulado ha de ajustar para que el seguimiento sea
auténtico: reconocerle como el referente y el vÃnculo esencial desde una
profunda confianza.
La escena sitúa a los discÃpulos lejos de Jesús, las olas azotaban
con violencia, pues el viento les era contrario. PodrÃa ser la descripción
metafórica de una situación de crisis, de unas circunstancias vitales que
avanzan en contra y desestabilizan la vida. Y es Jesús quien se acerca a ellos
caminando sobre las aguas, es decir, trascendiendo la realidad y revelando su
identidad verdadera. Revela una energÃa que puede contrarrestar la fuerza del
mal viento que a veces nos azota. Aparece asà la tensión entre el miedo y la
confianza. La eterna cuestión de si la fe tiene espacio en nuestras noches y
tormentas personales.
El miedo es humano, es lógico sentirlo ante situaciones de amenaza
e inseguridad, incluso es bueno porque nos lleva a reaccionar para protegernos.
Sin embargo, un miedo fuera de control es signo de dependencia y de cadenas
internas que paralizan el proceso de la vida. No es diferente el miedo del
ámbito espiritual al humano. Funciona de la misma manera, incluso su dinamismo
es idéntico. Lo opuesto a la fe no es el ateÃsmo sino el miedo; nos agarramos a
las creencias mentales para sujetar esa fe, pero sólo amarramos ideologÃa y
pensamientos automatizados que justifican nuestra falta de confianza auténtica.
Necesitamos signos que avalen nuestra posición ante la vida, pero la fe nos
lleva por el camino de la confianza sin evidencias. Esto no lo soporta un ego
enarbolado. La confianza parte de la experiencia de que, contra todo
pronóstico, la identidad esencial no se destruye y nace una fuerza que vence al
miedo, impulsando a actuar con osadÃa y libertad.
Queremos signos que calmen la ansiedad que vivimos ante la
incertidumbre de estas situaciones, pero nuestra mente nos introduce en una
espiral de desconfianza hasta experimentar el lÃmite de nuestra humanidad. La
desconfianza nos lleva a reaccionar con hundimiento, o bien disfrazándonos de
poder, como le ocurre a Pedro, cuyo resultado es más debilidad y no sentir un
suelo-aguas donde apoyarse. Activar la confianza a fondo perdido, sin signos,
sin sentir, sin evidencias, hace su trabajo humano y espiritual transformando
el miedo en decisiones valientes que nos capacitan para escuchar
interiormente: - Tranquilizaos, soy yo.
No tengáis miedo.