Nihil Obstat | P. Martín Gelabert
Ballester, op
Orígenes del pecado en ángeles y humanos
Dios, si se decide a crear, no puede crear otro Dios, porque “otro Dios”
sólo sería la prolongación de Dios. Si se decide a crear, Dios sólo puede crear
lo distinto de él. Y lo distinto de Dios, no es Dios. Por tanto, es una
realidad finita y limitada. Eso sí, cuando se decide a crear una criatura a su
imagen y semejanza, esta criatura lleva una huella de Dios en su propia
estructura. Así se comprende que en esta criatura haya un irremediable anhelo
de Dios.
Lo primero que hace una criatura es “afirmarse” a sí misma. Lo más
fácil, la tendencia primera, es afirmarse “frente” al otro. La buena afirmación
es afirmarse en el amor, en la relación, en la acogida. Pero el amor, siendo
algo natural y propio de lo humano, no es la primera tendencia natural, porque no
es fácil, porque el amor, en cierto modo, implica dejar de mirarse a uno mismo
para fijarse en el otro.
Y ahí está la explicación del pecado original, en el afirmarse “contra”
el Otro. Este es “el origen” de todo pecado. Este pecado, propio de los humanos,
es una posibilidad y tendencia que se encuentra en toda criatura libre e
inteligente. Y cuanto más perfecta sea esa criatura, más posibilidades tiene de
cometer ese pecado. De ahí que el pecado original no es una posibilidad humana,
sino una posibilidad de la criatura libre e inteligente. Así se comprende la
doctrina eclesial sobre el pecado de esas criaturas inteligentes y tan próximas
a Dios, como son los ángeles. Algunos de ellos, en su más fácil y cómoda
tendencia, buscaron afirmarse frente a Dios. Otros se afirmaron con Dios. Esta
es la doble posibilidad de toda inteligencia y libertad no divinas.
En el origen del pecado y, paradójicamente, en el origen de la gracia,
está el afirmarse a sí mismo. En el pecado nos afirmamos contra el otro. En la
gracia nos afirmamos con el otro, sea el hermano, sea Dios. Como afirmarse con
el otro es también una afirmación mutua, resulta que ahí se encuentra la
indestructible solidez del amor. www.dominicos.org